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Economía anarquista: fundamentos básicos

sábado, marzo 16th, 2013

Detalle de "Obreros" de Tarsila del Amaral

¡Has trabajado! ¿No habrás hecho jamás trabajar a otros? ¿Cómo, entonces, han perdido ellos trabajando por ti lo que tú has sabido adquirir sin trabajar por ellos? ¡Has trabajado! Enhorabuena; pero veamos tu hora. Vamos a contarla, a pesarla, a medirla. Este será el juicio de Baltazar, porque juro por la balanza, por el nivel y por la escuadra, signos de tu justicia, que si te has apropiado del trabajo de otro, de cualquier manera que haya sido, devolverás hasta el último adarme.»

Pierre-Joseph Proudhon
¿Qué es la propiedad?

El capitalismo es un régimen económico y de producción que pone al capital, de la mano con la explotación de la fuerza de trabajo, en un rol protagónico como factor productivo determinante y ordenador de todo el proceso económico, y por ende, factor determinante de las relaciones sociales.

El capital es el dinero que se emplea en la compra de medios de producción (terrenos, materia prima, maquinaria, herramientas, bienes inmuebles, medios de transporte, etc.) y de fuerza de trabajo para obtener, mediante su puesta en acción, una mayor cantidad de dinero de la que se invirtió, es decir, obtener ganancias o lucro. De la propiedad privada de estos medios surge la explotación de la fuerza de trabajo, provecho económico que saca el dueño del capital y/o los medios de producción (el capitalista) al hacer trabajar para sí a quien sólo posee su capacidad física y mental de realizar un trabajo; a cambio el trabajador recibe un salario o remuneración cuyo valor es inferior al valor que aporta durante el proceso de producción (incluyo acá no sólo la fabricación de productos sino también la ejecución de servicios).

¿Hacia dónde apunta entonces el capitalismo? A la perpetua puesta en circulación del capital dentro del circuito económico con el objetivo de extraer beneficios. Hablamos de incrementar el capital, que sería a su vez constantemente reinvertido en la compra de más o mejores medios de producción y fuerza de trabajo, para así ampliar la producción y generar más utilidades para el bolsillo del capitalista (mas no implica el aumento del salario de los trabajadores que han sido partícipes del crecimiento de la empresa).

Es ésa la dinámica del capitalismo. O al menos ésa es la aspiración del emprendedor capitalista. Algunos lo lograrán con éxito (los menos, y de esos una fracción mucho menor alcanzará cuotas de poder e influencia política), mientras que otros (los más) rezarán para sobrevivir dentro de la vorágine del mercado y no ser devorados por la competencia d elos grandes conglomerados; pero en todos los casos el gran perdedor es la clase proletaria (quienes sólo disponen de su fuerza de trabajo), cuya función es hacer ganar dinero a la clase burguesa (quienes poseen los medios de producción). Dice el credo capitalista: Te ganarás el pan con el sudor de su frente.

A través de las descripciones anteriores he querido centrarme en el capitalismo industrial, donde el vehículo para la acumulación de dinero es la fabricación de productos y la explotación de la fuerza laboral, pues enfrenta dos intereses económicos antagonistas: el del capitalista y el de los trabajadores. Podemos encontramos también con el capitalismo comercial (en el cual la acumulación de dinero está basada en la comercialización de mercancías, que se venden a un precio mayor del que se compran) y del capitalismo financiero (que basa la acumulación de dinero en operaciones hechas con ese mismo dinero, por ejemplo préstamos con intereses). Pero como verán en lo que resta del texto, estas tres formas de capitalismo son criticadas por los anarquistas.

La propuesta anarquista

Desde que el francés Pierre-Joseph Proudhon publicó a mediados del siglo XIV una de sus obras más importantes, ¿Qué es la propiedad? o una investigación acerca del principio del derecho y del gobierno, el anarquismo no se ha quedado sólo en la crítica anticapitalista (y en su tiempo en la crítica al sistema de producción esclavista y feudalista). Diversas formas de organización y relaciones económicas han sido propuestas desde entonces, y que para efectos de este artículo resumiré en cuatro: mutualismo, colectismo, comunismo e individualismo (o cuentapropismo).

Para explicar sus fundamentos básicos, he tomado como base un ejemplo práctico que encontré por ahí y que he complementado con información extra que me ha parecido importante incorporar. El ejemplo está relacionado con el rubro de las atenciones médicas.

Mutualismo

Un grupo de entusiastas constituirían una asociación o cooperativa de salud sin fines de lucro, la cual trabaja y se apoya con otras cooperativas a través de un sistema de federaciones. Partiendo de su iniciativa, abrirían una clínica captando recursos o pidiendo créditos (que en un régimen mutualista integral serían entregados por un banco popular o la correspondiente federación, siempre aplicando un interés mínimo que permite cubrir los gatos administrativos del préstamo) y pondrían un precio por su trabajo.Los bienes inmuebles e instrumentos de trabajo pertenecen en forma colectiva a los trabajadores de la cooperativa, a excepción del suelo donde se erige la clínica, que según el ideario mutualista clásico pertenece a la humanidad y la cooperativa sólo lo posee en usufructo mientras lo tenga en uso; esta forma colectiva de propiedad permite una relación laboral entre iguales, sin individuos privilegiados que lucren explotando el trabajo del resto como ocurre en el capitalismo.

Quien quisiera podría apuntarse a esta cooperativa, bien asegurando una serie de servicios previa aprobación, bien pagando por un servicio recibido cuyo costo sería el suficiente para reponer los insumos utilizados y remunerar el tiempo trabajado del especialista (cobrar un precio mayor o menor es considerado robo o usura). Periódicamente los trabajadores de la cooperativa, que ya no son asalariados sino socios, tomarían el dinero recaudado y tras pagar a los proveedores se repartirían el resto en proporción a sus horas trabajadas (o en partes iguales si así lo han acordado).

Es importante destacar que en la propuesta mutualista, o al menos así lo pensó Proudhon cuando la concibió, el dinero adquiere la forma de notas o vales de trabajo, cuyo valor está representado en horas trabajadas y que pueden ser utilizados para adquirir bienes y servicios a otras cooperativas, federaciones o productores autónomos que los acepten como medio de pago.

Colectivismo

Bajo este sistema (concebido en sus inicios por el ruso Mijaíl Bakunin) las personas se asociarían voluntariamente a una colectividad de producción y consumo relativamente autosuficiente (de acuerdo a la cantidad de rubros productivos que pueda llevar adelante), la cual abarca un territorio que puede ser tan grande como un barrio, un pueblo o una ciudad según su capacidad organizativa. Esa colectividad se corrdinará con otras a través de un sistema de federaciones, sin perder su autonomía.

Reunidos en una asamblea, en la que todos pueden participar de la toma de decisiones bajo principios igualitarios y sin cargos jerárquicos, la colectividad establece unas necesidades en materia de salud, nombra una Junta sanitaria (que no tiene atribuciones coercitivas sino de coordinación), abre una o más clínicas dependiendo de la amplitud del territorio y los recursos disponibles, libera el dinero necesario, recluta trabajadores que son remunerados en proporción a las horas trabajadas, y determina los costes del servicio (que no serán mayores a los necesarios para reponer los insumos utilizados y pagar el trabajo humano, cualquier cobro mayor es considerado ilegítimo). Quien no trabaje por estar impedido, anciano, enfermo, ser un niño, etc., dispondría de una subvención establecida por la asamblea para poder adquirir los distintos productos y servicios que provea el colectivo. Todos los miembros de la colectividad tendrán derecho a las mismas prestaciones.

Coincide con el mutualismo en la forma que adquiere el dinero, documentos que acrediten horas trabajadas. Pero difiere de los mutualistas al proponer la propiedad colectiva de la tierra, la materia prima y los instrumentos de trabajo, que son propiedad de la colectividad en su conunto y entregados a los individuos en usufructo de acuerdo a las necesidades establecidas por la asamblea.

Nota al margen: hasta el momento podemos entender que el mutualismo y el colectivismo se basan en la asociación de productores y consumidores que establecen como norma el intercambio mutuo, es decir, una especie de comercio en el que el valor de cambio de un objeto o servicio se define de acuerdo a la cantidad de trabajo aplicado, dejando así fuera toda ganancia ilegítima o usura.

Comunismo

La base organizativa del anarquismo comunista o comunismo libertario (no confundir con el comunismo de Marx, Lenin o Stalin) es la comuna autónoma, que podemos entender como una unidad de población organizada como un distrito autogestionado, tan grande o pequeña como pueda sostenerse, de adhesión voluntaria y unida a otros distritos o comunas por medio de un sistema federativo. Podemos hacer un símil con la colectividad del anarquismo colectivista.

En un sistema de salud comunista no existiría distinción entre productores y consumidores. Por un tema de eficiencia, la comunidad, mediante una asamblea similar a la colectivista, establecería las necesidades, montaría el servicio (una o varias clínicas) con los especialistas voluntarios y daría las prestaciones sin costo ni salario, ya que en los sistemas comunistas todos tienen derecho a tomar lo que se haya y dar buenamente lo que puedan a la comunidad, pues se sostiene el principio de a cada uno según sus necesidades, cada uno según su capacidad. Aunque grupos particulares, por iniciativa propia, también podrían montar sus propios servicios de salud. Señalar además que en el comunismo se ha eliminado cualquier forma de dinero, que como vimos, se sigue manteniendo por el mutualismo y colectivismo.

Según el comunismo libertario (concebido en sus comienzos por anarquistas como el ruso Piotr Kropotkin y el italiano Carlo Cafiero) la propiedad de la tierra, instrumentos de trabajo, instalaciones y productos (por ejemplo medicamentos) corresponde a la comunidad, y son distribuídos a los individuos según acuerdos mutuos (en general se habla de centros de acopio o distribución desde donde se pueden retirar las cosas). El interés común, y el convencimiento de que trabajar para todos es beneficioso para uno, es el máximo incentivo dentro de este tipo de organización.

Individualismo (cuentapropismo)

Por último tenemos al trabajador que se las arregla por cuenta propia. Es ése que va con su maletín haciendo curaciones, colocando inyecciones, dando masajes o imponiendo las manos; en los casos de un servicio más complejo puede asociarse temporalmente a otros cuentapropistas o grupos pequeños (que el anarquista francés Émile Armand llamaba en su tiempo grupos de afinidad). Da lo que tiene y recibe lo que le dan, sin mayores burocracias, sin mayor organización, sin ser explotado ni explotar a nadie. Es el único dueño de sus instrumentos de trabajo, explotando por su cuenta su arte y su conocimiento.

Conclusiones

No cabe duda que las formas de organización aquí expuestas no están excentas de críticas, pero por el momento no es mi intención analizarlas. Tampoco debemos aceptar estas propuestas de forma dogmática, la experimentación y la convivencia de tales métodos guiarán a la sociedad hacia el mejor método posible.

Reiterando palabras del anarquista colectivista español Ricardo Mella:

¿Será necesario, a partir de nuestras afirmaciones genuinamente socialistas, sistematizar la vida general en plena anarquía? ¿Será necesario decidirse desde ahora por un sistema especial de práctica comunista? ¿Será necesario trabajar para la implantación de un método exclusivo? Si lo fuera, estaría justificada la existencia de tantos partidos anarquistas como ideas económicas dividen nuestras opiniones.

Bibliografía recomendada