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La propiedad, según Émile Armand

martes, septiembre 29th, 2015

Detalle de "El banquete" de Maugdo Vásquez

Émile Ármand (1872-1962) fue un anarquista francés, el más importante exponente del individualismo anarquista y del amor libre en los primeros años del siglo 20. El siguiente texto fue publicado en el periódico anarquista Minus One en 1965. Traducción al español por Javier Villate

En la sociedad actual, la propiedad no es más que el privilegio de una pequeña minoría, comparada con la multitud de las clases trabajadoras. Sea cual sea la naturaleza del objeto poseído (un campo, una casa, una fábrica, dinero, etc.), su propietario lo ha adquirido mediante la explotación de otras personas o por herencia, y en el último caso el origen de la riqueza es el mismo que en el primero.

Además, ¿qué hacen con esta riqueza sus propietarios? Algunas la utilizan para obtener, a cambio, una vida de ocio, para degustar todos los tipos de placeres a los que solo el dinero da acceso. Estos son los zánganos, los parásitos que se excusan de todo esfuerzo personal y dependen meramente del trabajo de otros. Para sacar provecho a sus fincas o granjas, por ejemplo, emplean una fuerza de trabajo que pagan inadecuadamente y que, aunque proporciona todo el trabajo, no obtiene ningún beneficio real, no recibe un salario adecuado por su trabajo. En cuanto a sus propiedades no inmobiliarias, las utiliza para nes estatistas o para la explotación capitalista. Quien posee más de lo que necesita para su propio consumo o más de lo que puede rentabilizar por sí mismo, bien directamente, mejorando sus propiedades u organizando los intereses industriales, bien indirectamente, confiando su
capital a la industria o al estado, es un explotador del trabajo de otros.

A lo largo de la historia, el tamaño de determinadas propiedades ha impedido su desarrollo pleno y racional. Aunque hubiera trabajadores sin empleo y familias sin techo, ha habido grandes extensiones de terrenos baldíos por falta de una buena organización.

Es contra esta propiedad burguesa, reconocida y celosamente guardada
por el estado, que se han levantado todos los revolucionarios, todos aquellos que propagan ideas emancipadoras y cuya ambición es mejorar las condiciones de vida de las masas. Es esta propiedad que los socialistas, comunistas y antiestatistas de todas las tendencias atacan y desean destruir. Es esto lo que, por otra parte, alimenta el ilegalismo, el robo, instintivo y brutal en algunos casos, consciente y calculado en otros.

El comunismo ha resuelto el problema arrebatando al estado el capital y los medios de producción para devolverlos a la colectividad, que ahora es el soberano y que distribuye las ganancias según el esfuerzo de cada uno.

Pero esté la propiedad en manos del estado, de la colectividad, del sistema comunista o de unos pocos capitalistas, como en la actualidad, el individuo es siempre dependiente de la comunidad, esta engendra al amo y al esclavo, a los dirigentes y a los dirigidos. Sometido económicamente, el trabajador conserva una mentalidad acorde con sus condiciones de dependencia. Estrictamente
hablando, es la herramienta, el instrumento, la máquina productiva de su explotador, sea este individual o social. Es difícil, en tales condiciones, ser un individuo plenamente desarrollado y consciente.

Abordemos ahora el punto de vista individualista, que quiere la libre
expansión del yo individual. El individualismo considera el asunto de una forma diferente y propone una solución que no implica que el indidivuo deba ser tratado como una máquina. Reclama, sobre todo, que cada trabajador posea, de forma inalienable, sus medios de producción, sean estos del tipo que sean (herramientas, tierras, libros, etc.). Estos medios de producción pueden pertenecer a una asociación o a un individuo; eso depende de los acuerdos que se hagan.

La cuestión crucial es que las herramientas, cualesquiera que sean, deben ser propiedad del productor o productores, y no del estado, grandes compañías o la comunidad en la que el individuo haya nacido.

Además, es esencial que el trabajador disponga libremente del producto de su trabajo, según sus deseos y necesidades. No debería sufrir ninguna interferencia externa en el uso que haga del mismo. El individuo o la asociación debería poder consumir su propio producto, sin tomar en cuenta a nadie más, o intercambiarlo gratuitamente o por alguna otra cosa, y además debería poder elegir a aquellas personas con las que intercambiará sus productos y lo que recibirá a cambio.

Una vez que el individuo posea sus propias herramientas y su producto, el capitalismo dejará de existir. Y de la transformación de las condiciones de trabajo, el individuo obtendrá algo más que una mejora económica: obtendrá un beneficio desde el punto de vista ético. En lugar de ser un mero asalariado, víctima explotada del patrón, a quien le da completamente igual la fabricación del producto porque no dispone de él y que busca escatimar sus esfuerzos porque será otro quien se beneficie de ellos, el productor individualista se interesará en su trabajo, buscará perfeccionarlo constantemente, hacer nuevas mejoras y tomar iniciativas. Obtendrá autorrespeto por el trabajo que hace, una saludable satisfacción personal y un vivo interés para que su trabajo ya no sea una tarea dura, sino fuente de satisfacciones. El mismo gusto por el trabajo, la misma lucha contra la rutina y la monotonía se podrán encontrar en todos los oficios y actividades, un gusto que, en el presente, es el privilegio de una minoría, generalmente intelectuales, artistas,
expertos, escritores, todos aquellos que trabajan bajo el impulso de una vocación elegida libremente.

La propiedad, así entendida y aplicada, ya no tiene nada en común con
«la propiedad es un robo»; marca una etapa de la evolución y, aparentemente, está en la base de la emancipación completa, de la liberación de todas las autoridades. Supondrá la restitución del poder creativo al individuo, según sus capacidades, adecuadamente entendidas.

Parece razonable que puedan establecerse acuerdos entre consumidores
y productores para evitar la sobreproducción, es decir, una vez que haya desaparecido la especulación, el excedente de producción después de que se hayan cubierto las necesidades del productor o, mediante el intercambio, las necesidades del consumidor. Habiendo desaparecido la especulación y la explotación, no hay pruebas de que la acumulación represente más peligros que bajo el comunismo. Se trate del comunismo o del individualismo, su realización económica en términos prácticos no puede separarse de una nueva mentalidad, de una autoconciencia que elimina la necesidad de un control autoritario, se llame este como se llame.

El individualismo antiautoritario, en cualquier esfera en que uno pueda imaginarlo, es una función de la ausencia total de control o supervisión, cuya existencia nos devolvería a la práctica de la autoridad.

Émile Armand (1965)

Comercio equitativo (Josiah Warren)

jueves, abril 18th, 2013

Detalle de "El mercado de Maubeuge", de Victor Gabriel Gilbert

En su libro Pioneros de la libertad estadounidense (origen del pensamiento liberal y radical en Estados Unidos), publicado por primera vez en 1941, el anarquista alemán Rudolf Rocker dedica un capítulo a Josiah Warren (considerado padre y pionero del anarquismo estadounidense) y su noción de lo que ha de ser el comercio equitativo. A continuación un breve extracto (traducción libre).

Josiah Warren proclamó la soberanía del individuo en lugar de la soberanía del pueblo. De acuerdo a sus convicciones cada individuo presenta un ser psíquica y físicamente independiente, por lo tanto cada hombre y mujer debería ser su propia autoridad y su propio gobierno. De esto se deriva que nadie tiene derecho a interferir en la formación de su vida. Sin embargo en lo concerniente a las relaciones sociales de los hombres, estas deben, según la interpretación de Warren, fundamentarse en el intercambio justo de los productos de su trabajo, lo cual evitaría toda ganancia indebida para unos en detrimento de otros.

El prerrequisito para esto es que toda riqueza natural como la tierra, minerales, ríos, etc., no debe estar sujeta al monopolio de una pequeña minoría, sino que el acceso a las materias primas necesarias debería estar abierto a cada individuo en iguales condiciones, en tanto dichas materias sean producidas por la propia naturaleza sin intervención del trabajo humano. Pero cada hombre y mujer tiene derecho al producto íntegro de su propio trabajo o a la parte de lo que produce junto a otros. Este derecho al producto íntegro del trabajo propio es para Warren la base de toda libertad personal, la condición necesaria de toda armonía social.

Pero para dar con una evaluación justa del producto proveniente del trabajo personal es necesario ante todo, en opinión de Warren, comprender claramente que todas las nociones de la economía política sobre el llamado valor se sustentan en supuestos arbitrarios. Esto aplica tanto al valor de uso como al valor de cambio. El valor es un concepto indeterminado el cual depende de circunstancias que en la mayoría de los casos resultan altamente impredecibles y en constante cambio. Para un hombre hambriento un pedazo de pan lo vale todo. Un hombre enfermo cuya vida podría ser salvada por un remedio en particular sacrificaría todas sus riquezas, en caso de no haber otra alternativa, con tal de conseguirlo. Pero eso no significa que el intercambio que ocurre entre el hombre enfermo y el poseedor de la medicina sea un intercambio justo. Al contrario, quien explota la necesidad extrema de un hombre para su propio beneficio y fija un precio arbitrario para esa medicina está actuando como un usurero, y se convierte en un explotador inescrupuloso cuyo comportamiento viola cada uno de los principios de la ética social.

Pero el ejemplo anterior retrata los principios económicos de nuestros actuales sistemas sociales. El empresario que se aprovecha de las penurias económicas de los trabajadores y les roba una porción del producto de su trabajo; el terrateniente que gracias a su monopolio sobre la tierra, que él no ha creado, la arrienda y se embolsa las rentas correspondientes; el prestamista que entrega al productor la suma de dinero necesaria para llevar adelante su negocio, y que pretende a cambio un porcentaje extra como pago; todos ellos viven a expensas del trabajo de otros sin crear ellos mismos valores sociales. Al aprovechar la necesidad de un producto como medida de su precio se crea un sistema de intercambio que somete a las grandes masas del pueblo bajo el control económico de una minoría privilegiada. Y como consecuencia, la libre determinación del individuo sobre sí mismo se hace imposible.

Warren llegó a la conclusión que el precio de una mercancía no debería estar determinada por el principio de su utilidad sino por el principio del trabajo. En otras palabras, que el tiempo y el esfuerzo requeridos para la elaboración de un artículo fuese la única medida justa para fijar su precio. Warren llamó a esto comercio equitativo sobre la base del costo como límite del precio. En su opinión todos los otros métodos para determinar el valor tienden a perpetuar la explotación del hombre por el hombre y, en consecuencia, a hacer de la opresión política y social un estado permanente de las cosas.

Economía anarquista: fundamentos básicos

sábado, marzo 16th, 2013

Detalle de "Obreros" de Tarsila del Amaral

¡Has trabajado! ¿No habrás hecho jamás trabajar a otros? ¿Cómo, entonces, han perdido ellos trabajando por ti lo que tú has sabido adquirir sin trabajar por ellos? ¡Has trabajado! Enhorabuena; pero veamos tu hora. Vamos a contarla, a pesarla, a medirla. Este será el juicio de Baltazar, porque juro por la balanza, por el nivel y por la escuadra, signos de tu justicia, que si te has apropiado del trabajo de otro, de cualquier manera que haya sido, devolverás hasta el último adarme.»

Pierre-Joseph Proudhon
¿Qué es la propiedad?

El capitalismo es un régimen económico y de producción que pone al capital, de la mano con la explotación de la fuerza de trabajo, en un rol protagónico como factor productivo determinante y ordenador de todo el proceso económico, y por ende, factor determinante de las relaciones sociales.

El capital es el dinero que se emplea en la compra de medios de producción (terrenos, materia prima, maquinaria, herramientas, bienes inmuebles, medios de transporte, etc.) y de fuerza de trabajo para obtener, mediante su puesta en acción, una mayor cantidad de dinero de la que se invirtió, es decir, obtener ganancias o lucro. De la propiedad privada de estos medios surge la explotación de la fuerza de trabajo, provecho económico que saca el dueño del capital y/o los medios de producción (el capitalista) al hacer trabajar para sí a quien sólo posee su capacidad física y mental de realizar un trabajo; a cambio el trabajador recibe un salario o remuneración cuyo valor es inferior al valor que aporta durante el proceso de producción (incluyo acá no sólo la fabricación de productos sino también la ejecución de servicios).

¿Hacia dónde apunta entonces el capitalismo? A la perpetua puesta en circulación del capital dentro del circuito económico con el objetivo de extraer beneficios. Hablamos de incrementar el capital, que sería a su vez constantemente reinvertido en la compra de más o mejores medios de producción y fuerza de trabajo, para así ampliar la producción y generar más utilidades para el bolsillo del capitalista (mas no implica el aumento del salario de los trabajadores que han sido partícipes del crecimiento de la empresa).

Es ésa la dinámica del capitalismo. O al menos ésa es la aspiración del emprendedor capitalista. Algunos lo lograrán con éxito (los menos, y de esos una fracción mucho menor alcanzará cuotas de poder e influencia política), mientras que otros (los más) rezarán para sobrevivir dentro de la vorágine del mercado y no ser devorados por la competencia d elos grandes conglomerados; pero en todos los casos el gran perdedor es la clase proletaria (quienes sólo disponen de su fuerza de trabajo), cuya función es hacer ganar dinero a la clase burguesa (quienes poseen los medios de producción). Dice el credo capitalista: Te ganarás el pan con el sudor de su frente.

A través de las descripciones anteriores he querido centrarme en el capitalismo industrial, donde el vehículo para la acumulación de dinero es la fabricación de productos y la explotación de la fuerza laboral, pues enfrenta dos intereses económicos antagonistas: el del capitalista y el de los trabajadores. Podemos encontramos también con el capitalismo comercial (en el cual la acumulación de dinero está basada en la comercialización de mercancías, que se venden a un precio mayor del que se compran) y del capitalismo financiero (que basa la acumulación de dinero en operaciones hechas con ese mismo dinero, por ejemplo préstamos con intereses). Pero como verán en lo que resta del texto, estas tres formas de capitalismo son criticadas por los anarquistas.

La propuesta anarquista

Desde que el francés Pierre-Joseph Proudhon publicó a mediados del siglo XIV una de sus obras más importantes, ¿Qué es la propiedad? o una investigación acerca del principio del derecho y del gobierno, el anarquismo no se ha quedado sólo en la crítica anticapitalista (y en su tiempo en la crítica al sistema de producción esclavista y feudalista). Diversas formas de organización y relaciones económicas han sido propuestas desde entonces, y que para efectos de este artículo resumiré en cuatro: mutualismo, colectismo, comunismo e individualismo (o cuentapropismo).

Para explicar sus fundamentos básicos, he tomado como base un ejemplo práctico que encontré por ahí y que he complementado con información extra que me ha parecido importante incorporar. El ejemplo está relacionado con el rubro de las atenciones médicas.

Mutualismo

Un grupo de entusiastas constituirían una asociación o cooperativa de salud sin fines de lucro, la cual trabaja y se apoya con otras cooperativas a través de un sistema de federaciones. Partiendo de su iniciativa, abrirían una clínica captando recursos o pidiendo créditos (que en un régimen mutualista integral serían entregados por un banco popular o la correspondiente federación, siempre aplicando un interés mínimo que permite cubrir los gatos administrativos del préstamo) y pondrían un precio por su trabajo.Los bienes inmuebles e instrumentos de trabajo pertenecen en forma colectiva a los trabajadores de la cooperativa, a excepción del suelo donde se erige la clínica, que según el ideario mutualista clásico pertenece a la humanidad y la cooperativa sólo lo posee en usufructo mientras lo tenga en uso; esta forma colectiva de propiedad permite una relación laboral entre iguales, sin individuos privilegiados que lucren explotando el trabajo del resto como ocurre en el capitalismo.

Quien quisiera podría apuntarse a esta cooperativa, bien asegurando una serie de servicios previa aprobación, bien pagando por un servicio recibido cuyo costo sería el suficiente para reponer los insumos utilizados y remunerar el tiempo trabajado del especialista (cobrar un precio mayor o menor es considerado robo o usura). Periódicamente los trabajadores de la cooperativa, que ya no son asalariados sino socios, tomarían el dinero recaudado y tras pagar a los proveedores se repartirían el resto en proporción a sus horas trabajadas (o en partes iguales si así lo han acordado).

Es importante destacar que en la propuesta mutualista, o al menos así lo pensó Proudhon cuando la concibió, el dinero adquiere la forma de notas o vales de trabajo, cuyo valor está representado en horas trabajadas y que pueden ser utilizados para adquirir bienes y servicios a otras cooperativas, federaciones o productores autónomos que los acepten como medio de pago.

Colectivismo

Bajo este sistema (concebido en sus inicios por el ruso Mijaíl Bakunin) las personas se asociarían voluntariamente a una colectividad de producción y consumo relativamente autosuficiente (de acuerdo a la cantidad de rubros productivos que pueda llevar adelante), la cual abarca un territorio que puede ser tan grande como un barrio, un pueblo o una ciudad según su capacidad organizativa. Esa colectividad se corrdinará con otras a través de un sistema de federaciones, sin perder su autonomía.

Reunidos en una asamblea, en la que todos pueden participar de la toma de decisiones bajo principios igualitarios y sin cargos jerárquicos, la colectividad establece unas necesidades en materia de salud, nombra una Junta sanitaria (que no tiene atribuciones coercitivas sino de coordinación), abre una o más clínicas dependiendo de la amplitud del territorio y los recursos disponibles, libera el dinero necesario, recluta trabajadores que son remunerados en proporción a las horas trabajadas, y determina los costes del servicio (que no serán mayores a los necesarios para reponer los insumos utilizados y pagar el trabajo humano, cualquier cobro mayor es considerado ilegítimo). Quien no trabaje por estar impedido, anciano, enfermo, ser un niño, etc., dispondría de una subvención establecida por la asamblea para poder adquirir los distintos productos y servicios que provea el colectivo. Todos los miembros de la colectividad tendrán derecho a las mismas prestaciones.

Coincide con el mutualismo en la forma que adquiere el dinero, documentos que acrediten horas trabajadas. Pero difiere de los mutualistas al proponer la propiedad colectiva de la tierra, la materia prima y los instrumentos de trabajo, que son propiedad de la colectividad en su conunto y entregados a los individuos en usufructo de acuerdo a las necesidades establecidas por la asamblea.

Nota al margen: hasta el momento podemos entender que el mutualismo y el colectivismo se basan en la asociación de productores y consumidores que establecen como norma el intercambio mutuo, es decir, una especie de comercio en el que el valor de cambio de un objeto o servicio se define de acuerdo a la cantidad de trabajo aplicado, dejando así fuera toda ganancia ilegítima o usura.

Comunismo

La base organizativa del anarquismo comunista o comunismo libertario (no confundir con el comunismo de Marx, Lenin o Stalin) es la comuna autónoma, que podemos entender como una unidad de población organizada como un distrito autogestionado, tan grande o pequeña como pueda sostenerse, de adhesión voluntaria y unida a otros distritos o comunas por medio de un sistema federativo. Podemos hacer un símil con la colectividad del anarquismo colectivista.

En un sistema de salud comunista no existiría distinción entre productores y consumidores. Por un tema de eficiencia, la comunidad, mediante una asamblea similar a la colectivista, establecería las necesidades, montaría el servicio (una o varias clínicas) con los especialistas voluntarios y daría las prestaciones sin costo ni salario, ya que en los sistemas comunistas todos tienen derecho a tomar lo que se haya y dar buenamente lo que puedan a la comunidad, pues se sostiene el principio de a cada uno según sus necesidades, cada uno según su capacidad. Aunque grupos particulares, por iniciativa propia, también podrían montar sus propios servicios de salud. Señalar además que en el comunismo se ha eliminado cualquier forma de dinero, que como vimos, se sigue manteniendo por el mutualismo y colectivismo.

Según el comunismo libertario (concebido en sus comienzos por anarquistas como el ruso Piotr Kropotkin y el italiano Carlo Cafiero) la propiedad de la tierra, instrumentos de trabajo, instalaciones y productos (por ejemplo medicamentos) corresponde a la comunidad, y son distribuídos a los individuos según acuerdos mutuos (en general se habla de centros de acopio o distribución desde donde se pueden retirar las cosas). El interés común, y el convencimiento de que trabajar para todos es beneficioso para uno, es el máximo incentivo dentro de este tipo de organización.

Individualismo (cuentapropismo)

Por último tenemos al trabajador que se las arregla por cuenta propia. Es ése que va con su maletín haciendo curaciones, colocando inyecciones, dando masajes o imponiendo las manos; en los casos de un servicio más complejo puede asociarse temporalmente a otros cuentapropistas o grupos pequeños (que el anarquista francés Émile Armand llamaba en su tiempo grupos de afinidad). Da lo que tiene y recibe lo que le dan, sin mayores burocracias, sin mayor organización, sin ser explotado ni explotar a nadie. Es el único dueño de sus instrumentos de trabajo, explotando por su cuenta su arte y su conocimiento.

Conclusiones

No cabe duda que las formas de organización aquí expuestas no están excentas de críticas, pero por el momento no es mi intención analizarlas. Tampoco debemos aceptar estas propuestas de forma dogmática, la experimentación y la convivencia de tales métodos guiarán a la sociedad hacia el mejor método posible.

Reiterando palabras del anarquista colectivista español Ricardo Mella:

¿Será necesario, a partir de nuestras afirmaciones genuinamente socialistas, sistematizar la vida general en plena anarquía? ¿Será necesario decidirse desde ahora por un sistema especial de práctica comunista? ¿Será necesario trabajar para la implantación de un método exclusivo? Si lo fuera, estaría justificada la existencia de tantos partidos anarquistas como ideas económicas dividen nuestras opiniones.

Bibliografía recomendada