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Objeción de conciencia electoral: breve manifiesto anarquista

viernes, septiembre 14th, 2012

Detalle de "La caída de los ángeles rebeldes" de Brueghel El viejo

Libertad de conciencia

La ética humana, al igual que la integridad moral y personalidad, se estructura sobre un núcleo central y básico como lo es la conciencia, conocimiento interior del bien que se debe hacer y del mal que debemos evitar. Así, conciencia e individuo constituyen una unidad indisoluble, la persona «es» con su conciencia. La facultad del hombre y la mujer para adecuar su comportamiento y realizar su vida acorde a su personal juicio de moralidad es lo que conocemos como libertad de conciencia. Ésta protege el desarrollo intelectual del ser humano y su adhesión o rechazo a determinadas concepciones valóricas o creencias (religiosas, filosóficas, ideológicas, políticas, etc.), siendo estos procesos racionales y reflexivos que corresponden al fuero interno del individuo y son inviolables, procesos que plantean además la necesidad y exigencia de comportarse exteriormente de acuerdo con tales concepciones. Podemos concluir entonces que la libertad de conciencia protege nuestro fuero interno y la integridad de nuestra conciencia como un derecho de defensa frente a intromisiones de cualquier tipo que pretendan violentarla. Lo que conocemos como objeción de conciencia implica entonces que la persona deba obedecerse a sí misma antes que al Estado, negándose a actuar en contra de sus valores y creencias, pues sin lugar a dudas no puede, ni debe, separar su conciencia del actuar conforme a ella.

Ser gobernado

Nos dice Pierre-Joseph Proudhon a mediados del siglo XIX:

Ser gobernado significa ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, regulado, inscrito, adoctrinado, sermoneado, controlado, medido, sopesado, censurado e instruído por hombres que no tienen el derecho, los conocimientos, ni la virtud necesarios para ello. Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, controlado, grabado, sellado, medido, evaluado, sopesado, apuntado, patentado, autorizado, licenciado, aprobado, aumentado, obstaculizado, reformado, reprendido y detenido.

Es, con el pretexto del interés general, ser abrumado, disciplinado, puesto en rescate, explotado, monopolizado, extorsionado, oprimido, falseado y desvalijado, para ser luego, al menor movimiento de resistencia, a la menor palabra de protesta: reprimido, multado, objeto de abusos, hostigado, seguido, intimidado a voces, golpeado, desarmado, estrangulado por el garrote, encarcelado, fusilado, juzgado, condenado, deportado, flagelado, vendido, traicionado, y por último, sometido a escarnio, ridiculizado, insultado y deshonrado.

¡Eso es el gobierno, ésa es su justicia, ésa es su moral!

El pensamiento y accionar anarquista se basan fundamentalmente en la libertad igual para todos y la lucha contra todo aquello que pretenda violentarla, no importa cuál sea el régimen dominante: dictadura, monarquía, república u otros. En palabras de Mihaíl Bakunin, rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y contra los intereses de la inmensa mayoría sometida.

Un principio fundamental sobre el cual toda democracia debe sustentarse es la libertad de conciencia. La propia determinación y selección de valores, de acuerdo con los cuales cada persona estructura su proyecto de vida, y el adecuar su actuar exterior personal y social a dicho pensamiento, sólo son posibles cuando la persona posee el derecho a pensar con plena libertad y formarse su propio juicio sin ningún tipo de interferencias. Es por ello que contrarios a toda obediencia ciega a la ley enfrentamos la injusticia, por mucho que ésta pueda estar protegida por el poder judicial, con la noviolencia y la desobediencia civil, haciendo camino al andar donde otros, en mayor o menor medida, lo hicieron antes: como el titán Prometeo de la mitología griega; como los cínicos anacoretas de Diógenes de Sínope; como los helénicos estoicos de Zenón de Citio; como los taoístas de Lao-Tzé; como los anabaptistas europeos del siglo XVI; como los propulsores del anarquismo moderno Proudhon, Bakunin y Kropotkin; como el primer ser racional que se negó a reinar y ser reinado. Consideramos también que una sociedad donde los deberes no son cuestionados ni cuestionables, o es una sociedad perfecta, de la cual distamos bastante, o es una sociedad estancada en el placebo, el conformismo, la apatía, la resignación y la desidia.

Con nuestro actuar y desobediencia no pretendemos imponer nada a nadie. Nuestra objeción de conciencia electoral es el público reclamo ante una situación injusta y el llamado a cambiar las cosas de una forma verdaderamente participativa y cooperativa. Es la denuncia de la maldad intrínseca del actual sistema y la mecha para que la sociedad desarrolle las herramientas de transformación necesarias para que las personas puedan decidir qué es lo que quieren y cómo lo quieren conseguir.

Razones para ser objetor electoral

En las formas democráticas caracterizadas por sistemas representativos se vuelve claro que un número masivo de personas, que son directamente afectadas por este sistema, son ignoradas. La democracia entendida como «el gobierno de todos» es una falacia desde el momento que a la voz disidente, llámese abstencionismo, voto en blanco o voto concientemente nulo, se le adjudica oficialmente un valor electoral igual a cero. Es así como el viciado sistema democrático nos muestra una política temerosa de la evaluación negativa, que sólo se conforma con cuidar su legitimidad.

La democracia representativa plantea una división dentro de la cual se encuentran los políticos profesionales por un lado y el electorado por otro, justificándola en lo complejo que resultaría lograr concenso entre la gran masa ciudadana. Pero hemos visto que en la práctica los políticos electos no representan la voluntad de los ciudadanos, sino que intentan «interpretarla» o «reflejarla», forzados a seguir líneas ideológicas bajo quién sabe qué oscuros intereses del lobby, partido político o coalisión de turno; por su parte, el electorado se aleja de la «cosa pública» en una actitud básicamente pasiva, descomprometida, no muy implicada y a menudo desinformada.

Siendo la democracia un concreto valor político de base, el colaborar de forma activa con su sostenimiento es ya una opción política a favor de este concreto valor político; forzar esta participación ya sea a través del voto obligatorio o la conformación de las mesas electorales bajo pena de multa o cárcel, es una opción en absoluto neutra y atenta contra la libertad ideológica de las personas.

Las urnas electorales, gane quien gane, sean cuales sean los apellidos listados en la papeleta de votación, forman parte fundamental del engranaje que perpetúa este sistema político de relaciones piramidales, desiguales y coercitivas que queremos cambiar. Es así como queda registrado en más de 200 años de literatura anarquista con críticas y propuestas, tanto teóricas como prácticas, para construir una política alternativa basada en el consenso y la organización horizontal entre iguales, a partir de los microniveles de la sociedad.

La democracia es además incompatible con el parlamentarismo. En una democracia las personas participan en la toma de decisión de los asuntos que les afectan, mientras que en un sistema parlamentario una pequeña élite de profesionales decide sobre esto. Y aunque desde el mismo Parlamento se pudieran optar medidas favorables para el pueblo, creemos que es este último, organizado en una red de asambleas libres, el que debe tomar las riendas de su destino. La asamblea fomenta el debate y la convivencia, y por lo tanto, el desarrollo de las cualidades humanas; mientras que el parlamentarismo evita que la persona se haga responsable y libre, convirtiendo al sistema representativo en una competición entre caudillos políticos por la obtención del poder.

La existencia de una democracia pluralista requiere para su desarrollo y consolidación de una fuerte cultura democrática basada en la amistad cívica y la tolerancia, el diálogo entre las diversas concepciones ideológicas y la práctica del convencimiento razonado y la persuación. Es así como la democracia se hace incompatible con el capitalismo que, paradójicamente, la sostiene actualmente. La propiedad privada empresarial genera fuertes desigualdades que impiden que pueda producirse el diálogo entre iguales. Además, somete en lo económico a unas personas bajo el yugo de los privilegiados.

Conclusión

El actual sistema fomenta valores competitivos, consumistas y conformistas, aislando socialmente (y a veces por decreto) a quienes lo quieren enfrentar, impidiendo así el desarrollo de una conciencia libre. Entre la inexistencia del debate, la invisibilidad de la disidencia y la sobrecarga de información insustancial, se evita que las personas desarrollemos nuestra capacidad crítica ¿cómo expresar en un voto todo lo que pensamos?

No es el miedo al caos aquello que los lleva a rechazar la anarquía, sino el temor de ya no tener a nadie a quien dominar. Así, llaman a defender la democracia, porque quien de poder se alimenta hambriento se despierta. El poder intoxicará a los mejores corazones, así como el vino a las mejores mentes. Pero no es poderoso quien ostenta el poder, sino aquel quien se niega a usarlo.

Por supuesto, al declararnos objetores electorales y actuando en consecuencia, asumimos la posibilidad de que nos golpee la represión, tanto de la Justicia como de la sociedad; sin embargo, para nosotros supone una confirmación de nuestra libertad, pues como decía Gandhi: «En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle».

Y como Max Stirner solía decir: ¡Tras los azotes se levantan, más poderosos que ellos, nuestra audacia y nuestra obstinada libertad!

Bibliografía