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Anarquismo y terrorismo

domingo, mayo 22nd, 2016

Banda de Jules Bonnot

En 1928 el anarquista y sindicalista italiano Ilario Margarita publica, bajo el seudónimo de Ilario di Castelred, un artículo titulado «Anarquismo y terrorismo». En el texto, del cual presento a continuación un extracto, Margarita se hace eco de la polémica surgida entre diversos grupos y publicaciones anarquistas respecto al uso de atentados como forma de lucha y propaganda.

(…) A la lucha en el terreno cruento no la hemos elegido nosotros por el gusto de verter sangre y ocasionar víctimas baratas. Son los detentadores de la riqueza, los usurpadores del patrimonio social, los defensores de la autoridad del hombre sobre el hombre, quienes han impuesto esa lucha con la fuerza de las armas. Nosotros, revolucionarios negadores del orden autoritario constituido, nos encontramos —queramos o no— en la alternativa de escoger la cuesta sangrienta que nos llevará hacia la ciudad del sol o renunciar a toda aspiración a ser hombres libres, quedando eternamente como pobres idiotas que con los propios huesos del esqueleto construyen los tronos dorados de los feroces usurpadores.

(…) La función del anarquismo en la vida no es tanto la exaltación del acto violento del individuo sino el de la colectividad contra la sociedad constituida como también su exacta comprensión a través de la demostración matemática de sus causas peculiares. Bajo este aspecto se basa toda la concepción anarquista elaborada por sus fundadores y filósofos. Por esto, tanto las lamentaciones de los sentimentalistas acerca de las pretendidas víctimas inocentes como (…) aquellos que no saben distinguir un acto liberador de un pequeño acontecimiento porque éste pone en movimiento el complejo engranaje del sistema judicial, se equivalen como manifestaciones de impotencia y de incomprensión total. Comprender es conocer. Quien comprende un hecho conoce sus causas determinantes y se lo explica como una fuerza, un movimiento trascendente de la pura y simple voluntad singular y colectiva. El historiador que estudia los hechos, los hombres y las cosas del pasado para comprender bien su significado y su importancia debe investigarlos en su propio ambiente histórico tanto como le sea posible. Sólo entonces y con infinita circunspección se puede poner de relieve la peculiaridad del hecho estudiado y deducir, a priori, las lógicas consecuencias. Lamentaciones más o menos sentimentales o exaltaciones furiosas no sacan la araña de su agujero.

Bajo estos aspectos, las polémicas son útiles además de instructivas. Son útiles en cuanto al leerlas el individuo utiliza su raciocinio y son instructivos por cuanto en sí se arriesgan en poner la verdad por encima de la mera suposición sugerida por las falsas analogías y casi siempre por la influencia temporaria del ambiente enardecido por las pasiones y sobre todo por los prejuicios y por los intereses.

Estos dos criterios examinados más arriba, que nosotros llamamos unilaterales, con su mismo modo de exagerar en sentido opuesto al alcance y valor de los hechos cruentos que suceden en la lucha entre el que posee y el que quiere poseer, terminan, lógicamente, en la demagogia. Unos, desvirtuando todo acto de rebelión cruenta; los otros, haciendo de cada malhechor un santo de la libertad; aquellos terminan por negar las intenciones altruistas de los mejores de nosotros por el solo hecho de que han actuado en modo no previsto del decálogo del perfecto anarquista; éstos, no dudan un instante en proclamar que los ‘anarquistas son defensores de la delincuencia’ y agritar ‘¡viva el ladrón!’; de esta manera, realizan una obra demagógica tanto aquellos individuos o esas publicaciones de parte nuestra que continuamente sostienen o escriben que cualquier acto cruento es obra del fascismo con el evidente intento de desvalorizar en la mente y en el corazón de los oprimidos todo acto de viril protesta contra sus opresores y verdugos, cuanto aquellos que se obstinan en recoger en rúbricas especiales todos los incidentes más triviales y comunes que cotidianamente ocurren bajo el régimen con la evidente intención de computarlos como actos conscientes y revolucionarios de protesta contra el régimen oprobioso.

Las polémicas y discusiones sobre el terrorismo como medio en la lucha contra el mundo autoritario nacieron contemporáneamente con el movimiento anarquista. En efecto, la iniciación del movimiento anarquista propiamente dicho está caracterizado por discusiones parecidas. En tanto que contemporáneamente a las elaboraciones teóricas y filosóficas de Kropotkin, Reclus, Grave, Malato y otros, en Francia; de Malatesta, Covelli y Fanelli, en Italia, se desarrollaba también una fuerte propaganda por la acción.

El periodo que va de 1877 a 1890 —que se puede llamar el periodo de incubación de la teoría anarquista— está caracterizado por toda una larga serie de actos terroristas: de la banda subversiva de Benevento al encuentro de Lipetzk donde los terroristas deciden eliminar al zar Alejandro II, del atentado de Noblny al de Pasanante; del atentado de Viena al de Niederwald. Contemporáneamente aparecen audaces expropiadores como Ravachol y Duval, en Francia; Pini, italiano; Engel, Pfleger, Stellmacher y Kumic, alemanes, sin contar los numerosos atentados contra (…) el emperador y la propiedad perpetrada por los revolucionarios rusos, que fueron legión.

Y bien, también en aquel tiempo las polémicas inundaron nuestras
publicaciones y los argumentos pro y contra no sirven nada más que para la disparidad de puntos de vista existentes en nuestros distintos ambientes, sin haber ayudado a disminuir o a aumentar tales actos cuando no existen las condiciones objetivas favorables. Hoy no se hace otra cosa que repetir lo mismo, los mismos argumentos en torno al tema. Esto demuestra que los medios de lucha no son arbitrarios y tanto menos puede un partido o grupo teorizarlos, catalogarlos y monopolizarlos. Están sujetos a las condiciones ambientales históricas, las que no pueden producirse a gusto y paladar.

Tanto el atentado a la Diana (1) como el del consulado italiano en Buenos Aires (2) no pueden ser adjudicados a un método sistemático de lucha, pero, por el contrario, fueron determinados por circunstancias especiales sin las cuales no hubieran sido posibles ni menos, imaginables.

Cuando un régimen se vuelve insoportable hasta para los vasallos del orden, y las instituciones normales son substituidas por el más perverso egoísmo y la coacción más bárbara que no reconoce las razones más íntimas del sentimiento de justicia y de equidad, es natural, lógica y necesaria la reacción colérica del oprimido, de la víctima contra los verdugos, de los explotados contra los explotadores.

Tanto querer proscribir el terrorismo de los medios de lucha de los oprimidos contra los opresores como pretenden los sentimentalistas, o bien considerarlo, exaltarlo y sostenerlo como el único método, el infalible, el sésamo ábrete que será capaz de forjar una humanidad nueva y arrancar al individuo de la esclavitud, de la explotación y de la barbarie moral, es un sofisma de los más graves que se pueden cometer en daño del anarquismo.

El problema de la realización del anarquismo en la vida práctica no puede ser reducido a un mínimo común denominador, de casuística, como quieren esos compañeros que se sienten siempre prontos a romper una lanza contra el uso de aquella violencia terrorista que no logra dar bien en el blanco y que, golpeando, no es inmune a provocar
alguna víctima inocente; o a un bacanal heroicómico de pura violencia por la violencia como quisieran aquellos que no saben ver qué figura tiene forma de granada o confunden ruidos ensordecedores con descarga de artillería o truenos. ¡No, así no! El anarquismo nace y se desarrolla como reacción a todo aquello que significa fraude, expoliación, acaparamiento, monopolismo y violencia.

Por eso, tanto el rechazo del terrorismo violento como acto de legítima defensa contra el terrorismo de los opresores como querer hacer de la violencia terrorista un dogma, un método preconcebido e incoherente con nuestras ideas, equivale a condenar al anarquismo a la impotencia, a confundir la salud con la patología, lo fundamental con lo accesorio, el determinismo con el libre albedrío, en suma, es el absurdo absoluto sustituyendo lo posible relativo.

Siendo el anarquismo un problema relativo por lo posible, que tiene por objeto principal la eliminación de las causas que generan la violencia en las relaciones humanas, sociales e individuales, es natural que proceda por vía de la eliminación de todo aquello que es su contrario. Como las causas que producen su contrario son varias y diversas tanto en el tiempo como en el espacio, así de diversa y varia debe ser la terapéutica en el curso del proceso eliminador de su contrario.

Por eso, el terrorismo —a pesar de no contemplárselo como un postulado del anarquismo en la lucha contra la autoridad y la libertad— es inevitable, ya que trasciende la libertad humana y por eso no se lo puede negar ni menos desautorizar a priori como medio excepcional, bajo pena de caer en el más grotesco de los dogmatismos demagógicos. Como tampoco se puede forzar la marcha regular determinística impuesta por las condiciones históricas objetivas del ambiente (…).

Ilario di Castelred (1928)

Notas:

(1) En marzo de 1921 un grupo de anarquistas italianos detonaron un maleta con cartuchos de dinamita en el centro polifuncional Kursaal Diana (Milán) durante una representación teatral; el atentado trajo como resultado 21 muertos y 80 heridos.

(2) En mayo de 1928 un grupo de anarquistas detonaron una bomba en el consulado italiano de Buenos Aires. La acción iba dirigida a algunos funcionarios del consulado partidarios del fascismo de Mussolini, dando como resultado 9 muertos y 35 heridos.