La teoría del caos y la familia nuclear

Detalle de "La familia del torero" de Raúl Cañestro

Domingo en el Riverside Park los padres ponen a sus hijos en su sitio, clavándolos mágicamente a la hierba con funestas miradas de lechosa camaradería, forzándolos a lanzar bolas de béisbol una y otra vez durante horas. Los niños casi parecen pequeños san sebastianes atravesados por las flechas del aburrimiento.

Los vanos rituales de la diversión familiar transforman cada húmedo prado veraniego en un parque temático, a cada hijo en una alegoría involuntaria de la riqueza del Padre, en una pálida representación alejada 2 o 3 veces de la realidad: el niño como metáfora de cualquier cosa.

Y aquí llego yo con la caída de la noche, colocado en polvo de setas, medio convencido de que estos cientos de luciérnagas surgen de mi propia conciencia -¿Dónde han estado todos estos años? ¿Por qué tantas de repente?- cada una de ellas elevándose en el momento de su incandescencia, trazando rápidos arcos como las grafías abstractas de la energía en el esperma.

«¡Familias! ¡Usureras del amor! ¡Cómo las odio!» Las pelotas de béisbol vuelan sin rumbo a la luz vespertina, pases que se pierden, las voces se elevan en quejoso cansancio. Los niños sienten cómo la puesta de sol va encostrando las últimas horas de libertad concedida, pero aún los padres insisten en prolongar las tibias postrimerías de su sacrificio patriarcal hasta la hora de la cena, hasta que las sombras se coman la hierba.

De entre estos hijos de la clase acomodada uno cruza miradas conmigo por un instante. Le transmito telepáticamente una imagen de dulce licencia, el olor del TIEMPO desatado de todas las redes de la escuela, las clases de música, los campamentos de verano, las tardes familiares alrededor de la tele, los domingos en el parque con papá -tiempo auténtico, tiempo caótico-.

Ya la familia abandona el parque, un pequeño pelotón de desdicha. Pero ése se ha dado la vuelta y me sonríe con complicidad -«mensaje recibido»- y sale bailando tras una luciérnaga, reflotado por mi deseo. El padre ladra un mantra que disipa mi poder.

El momento pasa. El niño es tragado por el esquema de la semana -se desvanece como un pirata de piernas desnudas o un indio prisionero de los misioneros-. El parque sabe quien soy, se revuelve bajo mis pies como un jaguar gigante a punto de despertar para la meditación nocturna. La tristeza aún lo retiene, pero permanece salvaje en su más profunda esencia: un desorden exquisito en el corazón de la noche urbana.

Hakim Bey (*)


(*) Escritor, ensayista y poeta estadounidense; autodenominado anarquista ontológico, adepto al sufismo y autor asociado a la anarquía postizquierda. Extraído de su obra «Comunicados de la asociación de la anarquía ontológica».

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