Coeducación de las clases sociales
martes, agosto 28th, 2012El siguiente texto corresponde al capítulo sexto del ensayo La escuela moderna, escrito en 1908 por el pedagogo libertario Francesc Ferrer i Guàrdia.
Lo mismo que de la educación en común de ambos sexos, pienso de la de diferentes clases sociales.
Hubiera podido fundar una escuela gratuita; pero una escuela para niños pobres no hubiera podido ser una escuela racional, porque si no se les enseñase la credulidad y la sumisión como en las escuelas antiguas, hubiéraseles inclinado forzosamente a la rebeldía, hubieran surgido espontáneamente sentimientos de odio.
Porque el dilema es irreductible; no hay término medio para la escuela exclusiva de la clase desheredada: o el acatamiento por el error y la ignorancia sistemáticamente sostenidos por una falsa enseñanza, o el odio a los que les subyugan y explotan.
El asunto es delicado y conviene dejarle en claro: la rebeldía contra la opresión es sencillamente cuestión de estética, de puro equilibrio: entre un hombre y otro, como lo consigna la famosa Declaración revolucionaria en su primera cláusula con estas indestructibles palabras: los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho, no puede haber diferencias sociales; si las hay, mientras unos abusan y tiranizan, los otros protestan y odian; la rebeldía es una tendencia niveladora, y por tanto, racional, natural, y no quiero decir justa por lo desacreditada que anda la justicia con sus malas compañías: la ley y la religión. Lo diré bien claro: los oprimidos, los expoliados, los explotados han de ser rebeldes, porque han de recabar sus derechos hasta lograr su completa y perfecta participación en el patrimonio universal.
Pero la Escuela Moderna obra sobre los niños a quienes por la educación y la instrucción prepara a ser hombres, y no anticipa amores ni odios, adhesiones ni rebeldías, que son deberes y sentimientos propios de los adultos; en otros términos, no quiere coger el fruto antes de haberle producido por el cultivo, ni quiere atribuir una responsabilidad sin haber dotado a la conciencia de las condiciones que han de constituir su fundamento: aprendan los niños a ser hombres, y cuando lo sean declárense en buena hora en rebeldía.
Una escuela para niños ricos no hay que esforzarse mucho para demostrar que por su exclusivismo no puede ser racional. La fuerza misma de las cosas la inclinaría a enseñar la conservación del privilegio y el aprovechamiento de sus ventajas.
La coeducación de pobres y ricos, que pone en contacto unos con otros en la inocente igualdad de la infancia, por medio de la sistemática igualdad de la escuela racional, esa es la escuela, buena, necesaria y reparadora.
A esta idea me atuve logrando tener alumnos de todas clases sociales para refundirlos en la clase única, adoptando un sistema de retribución acomodado a las circunstancias de los padres o encargados de los alumnos, no teniendo un tipo único de matrícula, sino practicando una especie de nivelación que iba desde la gratuidad, las mensualidades mínimas, las medianas a las máximas.
Relacionado con el asunto de este capítulo véase el artículo que publiqué en La Publicidad, de Barcelona, en 10 de mayo de 1905, y en el Boletín:
Pedagogía moderna
Nuestro amigo D. R. C. dió una conferencia el sábado último, en el Centro Republicano Instructivo de la calle de la Estrella (Gracia), sobre el tema que encabeza estas líneas, explicando a la concurrencia lo que es la enseñanza moderna y ventajas que la sociedad puede sacar de ella.
Considerando el asunto de interés palpitante, y digno, sobre otros muchos, de fijar la atención pública, juzgo útil exponer a la prensa mis impresiones y las reflexiones consiguientes, deseoso de contribuir al esclarecimiento de verdades de mayor trascendencia, y al efecto, digo que nos pareció acertado el conferenciante en esa explicación, pero no en los medios aconsejados para realizarla, ni en los ejemplos de Bélgica y Francia, que presentó como modelos dignos de imitación.
En efecto, el señor C. confía solamente en el Estado, en las Diputaciones o en los Municipios, la construcción, dotación y dirección de los establecimientos escolares; error grande, a nuestro entender, porque si pedagogía moderna significa nueva orientación hacia una sociedad razonable, es decir, justa; si con la pedagogía moderna nos proponemos educar e instruir a las nuevas generaciones demostrando a la vez las causas que motivaron y motivan el desequilibrio de la sociedad; si con la pedagogía moderna pretendemos preparar una humanidad feliz, libre de toda ficción religiosa y de toda idea de sumisión a una necesaria desigualdad económico-social, no podemos confiarla al Estado ni a otros organismos oficiales, siendo como son sostenedores de los privilegios, y forzosamente conservadores y fomentadores de todas las leyes que consagran la explotación del hombre, inicua base de los más irritantes abusos. Las pruebas de lo que afirmamos abundan tanto que cada cual puede darse cuenta de ellas visitando las fábricas, talleres y doquier haya gente asalariada; preguntando cómo viven los de abajo y los de arriba, asistiendo a los juicios orales en todos los palacios de lo que se llama justicia en todo el mundo y preguntando a los reclusos, en toda clase de establecimientos penales, acerca de los motivos de su prisión.
Si todas esas pruebas no bastasen para demostrar que el Estado ampara a los detentadores de la riqueza social y persigue a los que se rebelan contra tal injusticia, bastará entonces enterarse de lo que pasa en Bélgica; país favorecido, según el señor C., por la protección del Gobierno a la enseñanza oficial, de tal manera eficaz, que se hace imposible la enseñanza particular. A las escuelas oficiales, decía el señor C., acuden los hijos de los ricos y los de los pobres y da gusto ver salir a un niño riquísimo del brazo de un compañero pobre y humilde. Es verdad, añadiremos nosotros, que a las escuelas oficiales de Bélgica pueden asistir todos los alumnos; pero, es de advertir que la instrucción que se da está basada en la necesidad de que siempre habrá de haber pobres y ricos, y que la armonía social consiste en el cumplimiento de las leyes. Por consiguiente, ¿qué más quisieran los amos sino que esta enseñanza se diera en todas partes? Porque ya cuidarían bien ellos de hacer entrar en razón a los que algún día pudieran rebelarse, haciendo como recientemente en Bruselas y otras ciudades de Bélgica, donde los hijos de los ricos, bien armados y organizados en la milicia nacional, fusilaron a los hijos de los obreros que se atrevieron, a pedir el sufragio universal. Por otra parte, mis noticias acerca de la grandeza, de la enseñanza belga, difieren mucho de las manifestadas por el señor C. Tengo a la vista varios números de L’Express, de Lieja, que destina al asunto una sección titulada: La destrucción de nuestra enseñanza pública, en la que se leen datos que, desgraciadamente, tienen mucha semejanza con lo que ocurre en España, sin contar que de poco tiempo a esta parte ha tomado gran desarrollo la enseñanza congregacionista, que, como todo el mundo sabe, es la sistematización de la ignorancia. Al fin y al cabo, no en balde domina en Bélgica un gobierno marcadamente clerical.
En cuanto a la enseñanza moderna que se da en la republicana Francia, diremos: que ningún libro de los que se usan en las escuelas sirve para una enseñanza verdaderamente laica, y añadiremos que el mismo día que el señor C. hablaba en Gracia, el diario L’Action de París, publicaba bajo el título Cómo se enseña la moral laica, tomado del libro Recueil de maximes et pensées morales, unos cuantos pensamientos ridículamente anacrónicos que chocan contra el más elemental buen sentido.
Se nos preguntará ahora ¿qué haremos si no contamos con apoyo del Estado, de las Diputaciones o de los Municipios? Pues, sencillamente, pedirlo a quienes han de tener interés en cambiar el modo de vivir: a los trabajadores en primer lugar, y luego a los intelectuales y privilegiados de buenos sentimientos que si no abundan, no dejan de encontrarse. Conocemos algunos.
El mismo señor C. se quejaba de lo que cuesta y de lo que tarda el Ayuntamiento en conceder las reformas que se le piden. Tengo la convicción de que menos tiempo habría de costar hacer entender a la clase obrera que de sí sola ha de esperar todo.
Está el campo bien preparado. Visítense las sociedades obreras, las Fraternidades Republicanas, Centros Instructivos, Ateneos Obreros y cuantas entidades tengan interés en la regeneración de la humanidad, y háblese allí el lenguaje de la verdad aconsejando la unión, el esfuerzo y la atención constante al problema de la instrucción racional y científica, de la instrucción que demuestre la injusticia de los privilegios y la posibilidad de hacerlos desaparecer. Si en este terreno dirigieran sus esfuerzos cuantos particulares o entidades desean verdaderamente la emancipación de la clase que sufre, porque no solamente sufren los trabajadores, esté seguro el señor C, que el resultado sería positivo, seguro y pronto; mientras que lo que obtenga de los gobiernos será tarde y no servirá más que para deslumbrar, para sofisticar los propósitos y perpetuar la dominación de una clase por otra.
La escuela moderna, 1908, Francesc Ferrer i Guàrdia