Émile Ármand (1872-1962) fue un anarquista francés, el más importante exponente del individualismo anarquista y del amor libre en los primeros años del siglo 20. El texto presentado a continuación corresponde a uno de los capítulos de su ensayo El anarquismo individualista, lo que es, vale y puede.
El anarquismo como vida y como actividad
Puesto que el anarquismo no es únicamente una filosofía, un sistema, un método, una actitud, sino que es además y ante todo una vida y una actividad, el anarquista se encuentra inmediatamente en contradicción violenta e inevitable con el medio social. Los sistemas de creencias, los métodos de convicción, los programas de toda clase, en que los hombres se dividen, no exigen generalmente que sus fieles o partidarios adopten una posición tan decisiva; los unos no afectan más que al intelecto y su acción no tiene repercusión alguna en la vida cotidiana; los otros ponen sus esperanzas en un incierto porvenir: el paraiso deseado resplandece en el más allá, los justos y equitativos propósitos se promulgarán mañana, en la próxima legislatura o cuando caiga el ministerio; la República social, la sociedad futura, la organización colectivista o comunista mundial se realizarán … ¡quién sabe cuando!
La reprobación sincera de toda autoridad exterior y de toda explotación plantea un problema que es preciso resolver todos los días y a todas horas, a menos de dejarse arrastrar por la corriente de los compromisos, perder toda voluntad de resistir a la opresión o vivir en perpetua contradicción con sus propias convicciones.
Teoría de la reacción en el medio ambiente
La ruptura de equilibrio en un medio dado, constituye muy probablemente la forma elemental de la vida y en todo caso su manifestación incontestable. En efecto, cuando una agitación o una fermentación se origina, como síntoma de nueva forma de vida, la lucha es imprescindible entre el ambiente refractario, apático, y aquella. No hay que olvidar que vivir es combatir y afirmarse y al cesar la lucha, cesa también el movimiento y la vida.
Felizmente, jamás se afirmará sobre la Tierra el reino de la armonía, estancado, monótono y mortal. Siempre habrá protestatarios, rebeldes, refractarios, aislados, críticos, razonadores, negadores, seres que amarán y odiarán vigorosamente, apasionados, perturbadores, amorales, ilegales, antisociales, anarquistas en fin.
Las leyendas prehistóricas nos enseñan que la misma Edad de Oro conoció descontentos y que toda la ambrosía del Olimpo no bastó para calmar a Prometeo. Y en todos los tiempos hay alguien que reacciona contra la opinión o la tiranía del mayor número. El planeta no es aún bastante viejo para haber agotado el elemento vital o la energía de resistencia individual común a todos los seres. Y sin duda la Tierra dará muchas vueltas alrededor del sol, antes que así suceda. Y este es el más consolador pensamiento, después de haberse desvanecido las ilusiones y entusiasmos idealistas, ante las decepciones que la realidad ofrece a la consideración individual.
El individuo se rebelará siempre contra la masa. El único no aceptará jamás la dominación de la multitud, y el hombre solo no se dejará absorver por el conjunto.
El artista no prostituirá su visión ante los gustos del vulgo y el poeta no sacrificará su inspiración a la mentalidad dominante.
Los que colocan la libertad por encima del bienestar material, no podrán entenderse con los que siempre están dispuestos a comprometer poco o mucho de su independencia por un plato de lentejas o por un precio mayor. Los que se preocupan sobre todo de la escultura de su propio ser, no pueden estar de acuerdo con los que no van más allá de la lenta transformación del ambiente.
El artesano no se inclinará ante el obrero, autómata maquinal del taller o la fábrica. No renunciará a dotar de su originalidad personal al objeto que sale de sus manos, para seguir un vulgar patrón de producción común.
El educador no se inclinará ante el vulgarizador, ni el investigador ante el guardían de las fórmulas, ni el inventor ante el rutinario, ni el experimentador ante el detentador de las verdades oficiales …
El activo se negará siempre a trabajar para el holgazán y el parásito, y el digno despreciará al rastrero.
El explotado será hasta el fin el irreconciliable enemigo de quien le impida aprovecharse en absoluto del fruto de su propio esfuerzo, cualquiera que sea el nombre del explotador, el disfraz del acaparador o del privilegiado: capitalista, administrador, colectividad, comunidad o grupo.
El anarquista no se dejará nunca dominar, ni seducir por la perspectiva del bienestar económico, ni comprometer por los partidarios del menor esfuerzo y mayor dependencia. No se encontrará tampoco entre los modestos burgueses que buscan en la resolución de la cuestión del vientre el disimulo de su incapacidad para resolver su cuestión personal, afrontando la vida con sus riesgos morales, intelectuales y económicos, partiendo en principio desde un punto de equidad.
El anarquista individualista adoptará como base de su vida activa y de su propaganda, su elevación razonable, que le pone constantemente en legítima defensa contra todo régimen implicando sacrificio de la unidad a la pluralidad social, aunque de tal imposición resulte un beneficio económico.
No hay vida sin lucha
Dejarse dominar sin oponer resistencia, o aspirar a un mando cualquiera, no es propio de anarquistas, y para éstos, precisamente, la lucha será incesante.
Todo medio constituye una fuerza de energía, de conservación, una reserva estancadora que se opone instintivamente a cualquier tentativa innovadora y aborrece, por tanto, todo lo que tiende a acelerar su lenta descomposición. Desgraciados los que turban su quietud y pretenden impedir o precipitar su gradual disgregación: todas las energías latentes, sacudidas, excitadas, irritadas, se aliarán para esforzarse en ahogar y absorver a los imprudentes impacientes.
El anarquista reaccionará o perecerá sin remisión; o su voz y sus gestos repercutirán afirmándose o se perderan en el murmullo común, anulados por la vulgaridad; o aceptará benévolamente los pretendidos contrato social y solidaridad universal, impuestos por la fuerza de la costumbre y por la violencia dirigente, o bien, rebelándose, defenderá y sostendrá su derecho individual a la negación de tales principios; o no será más que un número matriculado en la masa, sin iniciativa ni voluntad, o bien se esforzará por disponer de su propia actividad. Y precisamente, porque rechaza la solidaridad universal, se verá normalmente obligado a obrar en desacuerdo con el contrato social. Y téngase presente que la reacción no se mantiene más que a costa de la lucha.
Actitud anarquista contra la sociedad actual
Ahora bien, o la sociedad está mal conformada o ella funcionará del mejor modo posible. Este es el dilema, lector, y si tu la encuentras buena y ves que satisface tus aspiraciones, serías el más necio de los necios al combatirla. Si por el contrario, juzgamos su maldad, nuestros movimientos no pueden tender más que a destruirla, aprovechando los medios circunstanciales o de propio ingenio de que podamos disponer.
El anarquista tiene todo el interés en ver acelerarse la descomposición social y su labor natural estriba en ser un fermento destructor, bajo cualquier régimen o combinación autoritaria.
El anarquista individualista no se retira del mundo como los anacoretas de los primeros siglos del cristianismo, sino que en él afirma su existencia, trata de vivir su vida. No se estaciona pensando en el futuro y no cuenta con la promesa de que los retrasados vengan a alcanzarle en sus aspiraciones. Estacionarse es retroceder, es haber perdido la batalla y declarse vencido. El anarquista comprende perfectamente que una gran parte de sus semejantes pertenecen intelectual y moralmente a especies exóticas, de otro tiempo, ineptas fisiológicamente a la concepción y realización de una vida libre. No caerá, pues, en los brazos de una inexcusable sensibilería, porque comprende perfectamente que es una despreciable añagaza y una cínica mentira el amor al género humano.
Émile Ármand
El anarquismo individualista, lo que es, vale y puede