Ánimo de lucro ¿ángel o demonio?
Mercado es el conjunto de acuerdos de intercambio de bienes y servicios entre individuos o asociaciones de individuos. Resulta razonable entonces preguntarse si en el ejercicio de una actividad económica es o no legítima la obtención o la búsqueda de lucro. Podemos definir lucro como la rentabilidad de la propiedad y la rentabilidad del capital, destinando dichas ganancias al incremento del patrimonio personal.
La ilegitimidad del lucro surge desde el momento en que ni la propiedad ni el capital producen nada si no están fecundados por el trabajo. Dice Richard Cantillon (1680 – 1734) en su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general:
La tierra es la fuente o materia de donde toda riqueza es extraída, y el trabajo del hombre provee la forma para su producción, y la riqueza en sí misma no es otra cosa que los alimentos, las comodidades y las cosas superfluas que hacen agradable la vida.
La tierra produce hierbas, raíces, granos, lino, algodón, cáñamo, arbustos y maderas de variadas especies, con frutos, cortezas y hojas de diversas clases, como las de las moreras con las cuales se crían los gusanos de seda; también ofrece minas y minerales. El trabajo del hombre da a todo ello forma de riqueza.
Los ríos y los mares nos proporcionan peces que sirven de alimento al hombre, y muchas otras cosas para su satisfacción y regalo. Pero estos mares y ríos pertenecen a las tierras adyacentes o son comunes a todos, y el trabajo del hombre obtiene de ellos el pescado y otras ventajas.
De los trabajos de autores como Thomas Hodgskin, Stephen Pearl Andrews, Josiah Warren, Pierre Joseph Proudhon y John Francis Bray, entre otros, se puede resumir que: Entendiendo entonces que todas las producciones de riquezas provienen en definitiva sólo del trabajo de los hombres al utilizar y transformar los recursos de la naturaleza, se desprende que un intercambio comercial justo sólo puede obtenerse fijando el costo como límite del precio o valor de cambio; cualquier otro beneficio, renta o interés es un acuerdo injusto, pues no tiene su origen en el trabajo sino en la rentabilidad de la propiedad y la rentabilidad del capital, que como lo señalaba Benjamin Tucker, no son más que una forma engañosa de lo que es en verdad un robo a la productividad del trabajo.
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